En la primera reflexión que
redacte me atreví a afirmar que la labor educativa debe cultivar la práctica
plena de los valores universales, no solo por parte de “el que enseña” sino también
de “el que aprende”.
Humildad, pero humildad por elección,
no como única opción, sino como practica congruente de la conciencia humana, no
solo por los educadores sino por todos y cada uno de los seres humanos la gran incógnita
es ¿Cómo lo logramos? Aunque no se lea sencillo considero que solo se adquiere con
valentía y por elección.
Recuerdo una enseñanza que obtuve
gracias a un alumno de primer año de preescolar, un día para llamar mi atención
me tomo de la mano y me dijo -maestra escúcheme con los ojos- con esto enmarco
lo importante que escuchar con atención, se debe escuchar con todos los
sentidos, con la mente abierta y sin tener como inmediata respuesta un “bueno”
o “malo”.
Durante mi experiencia como
docente en comunidades rurales y escuelas multigrado me he percatado que la mayoría
de discursos percibidos se relacionan con lo que Freire denomina “circuito de
mi verdad”, creyendo que somos los de afuera los poseedores de la solución a
todas las dificultades y que por tanto merecemos la total obediencia. Y esto me
ha llevado a obtener estas dos caras de la moneda
Alumnos
A
|
Alumnos
B
|
Rebeldes
|
Apáticos
|
Resistentes al discurso
|
Con obediencia exagerada
|
violentos
|
Que acepten
todo sin crítica
|
|
Con miedo a la
libertad
|
A mi consideración no solo
se trata de que el alumno interiorice el “que quiero que hagas” sino también el
“porque en este momento” y “para que te va a servir hacerlo”. Lo ideal sería
que los docentes fueran capaces de reconocer la identidad cultural de los
educandos.
Resumiendo este punto me
quedo con la siguiente frase: Partir de lo elemental para lo trascendental.
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